Sobre nosotras

Procedo de una familia de horticultores. Mis padres lo fueron en su tiempo, y mi hermano también se dedicó a ello durante años. Yo tomé el testigo después de vivir otras vidas. Me marché y regresé, y lo que nunca pensaba que iba a ser, fue.

Tengo un invernadero de dos mil metros cuadrados en el que producir tomates, me dije. Y sin tiempo para contestarme me puse manos a la obra.

Son muchas plantas y todas a la vez, el trabajo consume cada minuto de mi vida mientras ellas crecen, desde la primavera hasta el otoño, y yo procuro moverme poco de su lado porque siento que me necesitan tanto como yo a ellas.

Esta será mi novena cosecha desde que heredé esta otra manera de estar en el mundo.

Sin embargo, mis recuerdos de niña están llenos de tierra, de humedad, de matices del color y de sabores auténticos y autóctonos.

El aroma del tomate es de esos olores que nunca se desprende del todo de tus papilas olfativas, permanece por siempre, y en mis seres más queridos he percibido la fragancia del tomate en verano y de la lechuga en invierno.

He aprendido mucho en los últimos años, pero ya me había manchado de tierra mucho antes, y había sufrido las inclemencias del clima, el cansancio en los músculos y las preocupaciones de mis mayores.

Ahora todo es un poco distinto, soy yo quien se preocupa y quien resuelve, la que toma las decisiones y la que a veces se equivoca y tiene que dar pasos hacia atrás para corregir sus errores.

Sobre todo aprendo y disfruto, más desde que cuento con el buen hacer y la mejor compañía de mi otra mano derecha, la gran repostera mi prima Sara.

Entre las dos avanzamos por este camino de conseguir cada verano el mejor Tomate Roiz.